Cencerrá*
Andrès
Molina Franco
Instituto
de Estudios Almerienses.
El
ruido de cacharros y latas se escucha en todo el pueblo de Macael. La
noche ha caído pronto, la sierra está llena de nieve y el frio se
cuela por las rendijas de la puerta bien cerrada. Es la segunda noche
de cencerrá, el nuevo matrimonio de viudo y viuda no han compartido
su buena nueva con los jóvenes del barrio y el sueño en sus
primeras madrugadas de ajuar renovado será difícil de conciliar
Dentro
de la casa, una bombilla apenas ilumina la cocina, un caldo de
puchero y unas cuantas ramas secas en la chimenea dan un poco de
calor. En la vitrina una botella de Soberano empolvada, dialoga con
el transparente Chinchón,
siempre pegajoso. Las copas son de la anterior unión, aquellas que
nunca chocaron en un brindis y siempre estuvieron llenas de botones,
alfileres y hebras de hilos de colores.
El
viudo hombre curtido entre mármoles, de carácter adusto, de
itinerario fijo… de la casa a la cantera y de la casa al cortijo
del Marchal. Los bares para él no abren y solo su devoción por San
Marcos trae el gasto de un hornazo de un solo huevo en todo el año.
Su tacañería dejó a la cuadrilla de mozos indignada y el motivo
del jolgorio justificado. Las escaleras de la Cruz de los Caídos,
son el punto de reunión para la escandalosa comitiva, las sartenes
tiznás, los peroles agujereaos, las latas de carne de membrillo y
del Colacao
llenas de piedras, la caracola de los barrenos y los pitos de la
bocina del Comet,
todo en armoniosa orquesta afinada por un cencerro.
La
viuda, mujer joven de diez años menos, de luto riguroso por la
enfermedad traicionera de la silicosis, sin hijos y con padres a los
que cuidar, con vecina chismosa, casamentera y arrejuntaculos, que ha
convencido y convenido, apañando el enlace de la pareja.
La
empinada cuesta conduce a la morada del matrimonio, agasajado con
tanto estruendo, unas linternas de petaca ayudan a ver el camino, la
era corona el trecho donde la fiesta explota, una cornamenta de cabra
y la quijá de un burro, son adornos y regalos, presentes enganchados
en la reja de la ventana del dormitorio.
En el comedor del hogar conyugal el reloj de pared balancea el
péndulo, la mujer lo mira intranquila, su acompañante en silencio,
traquetea nervioso la pierna, mira la escopeta y los cartuchos de
sal, solución inmadura para acallar con dos tiros al aire a la
concurrida visita.
El
colchón de lana y el somier de muelles destensados, la mesita de
noche con la palmatoria de porcelana y el crucifijo en la pared,
esperan al silencio que no llega.
Fuera
se anima el jolgorio, el vino y el coñac mitigan el frio, las
canciones y los aporreos en la puerta, ponen de manifiesto la pedida
de un aguinaldo que las acalle y que esta noche no verán. Un saco de
arpillera, maúlla, dos gatos han entrado en la trampa y la chimenea
en el tejado de tierra launa será su salida; los animales asustados
caen precipitados por el cañón ennegreció a las últimas ascuas,
sus almohadillas de uñas afiladas apenas las rozan; los dos nuevos
inquilinos con el pelo erizado y los ojos desencajados han rasgado la
cortina de tela viendo el trasluz de una ventana como posible
escapatoria al aire libre.
Las
risas y el escándalo aumentan extramuros, el novio viudo, mufa, la
novia viuda con la escoba en ristre apalea a los inocentes felinos
camino del patio.
Las
campanas de la madrugada retiran a los mozos a sus casas, el sereno
no ha querido encontrarlos, no han conseguido ni un garbanzo torrao,
ni un haba seca. Los instrumentos musicales no se han desafinado
después de la velada y mañana volverán a la calle para intentar
ablandar el bolsillo de los contrayentes.
Desde
aquella última cencerrada, la vieja teniente de los dos oídos y que
no escuchó las noches de bulla y ruido le pregunta al incauto viudo:
¿Te
casaste Misindo? Siiiii… ¡Lástima de mujer!,¿Con quién hijo
mío?... ¡Con Estefanía!... ¡Lástima de hombre!
La
Cencerrá es una fiesta que se celebraba con motivo de un casamiento
principalmente entre viudos o un viudo y una soltera, en la que los
jóvenes del pueblo acudían a la puerta del domicilio de los
contrayentes a recibir licores y viandas para celebrar el enlace. Si
esto no se producía, durante varias noches se molestaba al nuevo
matrimonio, con bromas y canciones obscenas.
Grupo
de amigos entorno a El Chaspas, alguacil muy querido en el pueblo.
Entre los jóvenes podemos ver en el centro de la imagen a Eduardo
Cruz, escultor local de gran trayectoria artística.
Macael
antigua.